Cabría esperar que el contacto del pueblo de
Israel con los egipcios a lo largo de cinco siglos de cautiverio lo hubiera
llevado a adoptar sus creencias sobre una nueva vida que había de venir después
de la muerte, pero no fue así, básicamente, porque consideraban idolátrico el
culto que se rendía a los muertos. El
Antiguo Testamento nos revela que el pueblo hebreo no creía que hubiese otra
vida que la presente que concluye con la muerte, sin embargo, de alguna manera
pensaban los hebreos que se mantendría la vida del individuo dormido en el
Seol, que era el nombre que le daban al lugar donde habitaban los muertos; así
lo dice por ejemplo en varios de sus pasajes el libro de Job, como en el capítulo
7 de los versículos 7 al 9; “Recuerda que mi vida es un soplo, que mis ojos no volverán
a ver la dicha. El ojo que me miraba ya no me verá, pondrás en mis tus ojos y
ya no existiré. Una nube se disipa y pasa, así el que baja al Seol no sube más.”
O en el capítulo 14 de los versículos 10 al 12: “Pero el hombre que muere queda
inerte, cuando un humano expira ¿dónde está? Podrán agotarse los cielos antes
que se despierte, antes de que surja de su sueño.”
Para el Antiguo Testamento todo ser humano tenía
que morir, y al hacerlo y ser sepultado tendía que permanecer dormido eternamente
en ese Seol que era el país de los muertos, pero seguiría existiendo. Hay, sin
embargo, en la Sagrada Escritura algunas excepciones de esta generalidad, como
el caso de Henoc en el Gn 5,24 y la de Elías en II de Reyes 4, 18-37, que en
realidad no fueron resurrecciones sino más bien reanimaciones temporales que
pronto habrían de terminar con una segunda muerte ya definitiva.
El concepto de resurrección de los muertos no
deja de estar presente en los textos del Antiguo Testamento, aunque lo hace en
contadas ocasiones; una de ellas es el pasaje de los huesos secos que en el
libro del profeta Ezequiel en 37, 5 y siguientes, describe haber visto revivir por
el soplo de Yahveh y convertirse en un ejército; otra la vemos en Isaías 26,19
que profetiza: “Revivirán tus muertos, tus cadáveres resurgirán, despertaran
dando gritos de júbilo los moradores del polvo, porque rocío luminoso es tu
rocío, y la tierra echará de su seno las sombras.”
Es difícil señalar el origen de la dimensión escatológica
en el Antiguo Testamento, pero este es el tema que más evolución ha tenido en
la revelación. Desde el principio de la escritura se puede encontrar una visión
escatológica en los términos de una promesa, la bendición de Dios a Abraham y
le promete intervenir para engrandecer su descendencia.
La promesa esta se concreta y complementa
cuando Dios le ofrece una tierra que mana leche y miel (Ex 3,8); una Ley, la
Ley del Sinaí; un Templo y un Rey. Todo esto implica un dinamismo hacia su realización
futura pues Dios promete cumplir sus ofrecimientos si el pueblo le obedece.
Israel no supo ser fiel a la alianza con
Yahveh, desobedeció su Ley y cayó en el pecado de la idolatría, pero a pesar de
la infidelidad del pueblo que se nos narra en Jueces 2, 16-19, Dios mantuvo su protección
y le ofreció el auxilio de un futuro Rey mesiánico (2 Sam 7, 13 ss).
Durante el exilio en Babilonia que se inicia en
el 587 a.C. es cuando surge una verdadera promesa escatológica en la
predicación de Jeremías y el profeta Ezequiel escribe sobre una nueva alianza
(Ez 36, 24-28)
El segundo Isaías y los profetas posteriores al
exilio de Babilonia esperaban que la salvación prometida llegara en un futuro
inmediato.
La piedra clave de esta fase de la evolución veterotestamentaria
la pondría el libro de Daniel, donde según este, el curso de la historia
terrena y la conducción divina de la historia se desarrollan en dos planos diferentes,
porque tanto la esperanza como su realización se dan en un plano trascendente.
En el libro de Daniel se recapitula las etapas de la esperanza de Israel en un
cuadro sintético maravilloso que se cierra con la intervención decisiva de Dios
al final de los días, y reúne las etapas de la esperanza del pueblo en un
relato que contempla la historia pasada como un proceso histórico predicho por
Dios. En este punto ya se tiene un sentido propiamente escatológico: el don de
Dios no pertenece a la historia, y aunque se haya comunicado parcialmente en
esta, ella procede del cielo.
Para el pensamento judío (la mayoría de libros del AT están escritos en este contexto) esperaban una retribución intrahistórica. La experiencia del exilio remarca esta esperanza y pensaban (piensan hasta hoy) que un Mesías sería alguien quien vendría a restituirles todo, tierra y posesiones, por eso la contradicción y no aceptación de Jesus como Mesías.
ResponderBorrarEl pasaje de Ezequiel de "huesos secos" creo que está pensando en esta retribución intrahistórica, claro, si se le aplica una hermenéutica adecuada lo llevamos hacia "salir del pecado, levantarse del fondo de muerte" y llevarlo a la resurrección.
El Antiguo Testamento difícilmente tendrá una dimensión escatológica como la del Nuevo Testamento con la resurrección de Jesús. Los libros que hablan de la resurrección de los muertos (a excepción de Daniel que mencionas) son los Macabeos, pero estos no están en el canón palestino.
Dos libros del AT ponen en entredicho esta retribución intrahistórica: Job y Qohelet; porque claramente al bueno no le va bien y al malo si le va bien; aunque al final la dimensión escatológica queda en la libertad del ser humano.
¿a hoy seguirá siendo este el pensamiento judío?
Un pueblo cautivo por 500 años, Israel. El pueblo que sufre en su Historia una serie de divisiones internas y externas, que se ve influenciado por la idolatría y la explotación por parte de otras culturas e imperios, un pueblo pequeño en territorio, pero que en contra de las posibilidades o de las proyecciones de esas potencias, le habría de surgir un rey que dominaría no una fracción del planeta sino el mundo y el universo entero.
ResponderBorrarUn rey con un mensaje de humildad, cuya forma de conquistar es con el amor y la misericordia, no con la fuerza o la imposición.
Un rey que viene y nos dice que el Reino de los Cielos ya se ha hecho presente, que ese reino es para todos, no para la aristocracia, o los poderosos sino para los humildes, los sencillos, los desposeídos, los despreciados.
Un rey que es el Señor de la Vida, que ha vencido la muerte y por tanto, todo el que crea en Él aunque esté muerto, vivirá.
Un rey al que los cristianos le decimos y anhelamos un: “Ven Señor Jesús”.