Dios y el César.
Reflexión sobre San Marcos, 12, 13-17
Existen dos fuertes realidades que los seres humanos tenemos en frente y a los cuales reaccionamos, la religión y el estado, o la patria. Son dos causas apasionantes y que generan discusión, enfrentamientos y hasta acarrean la muerte en algunas ocasiones. Son dos realidades que debieran caminar de la mano, pero la verdad es que en muchas ocasiones se anteponen y se acusan mutuamente de injerencia e intervención ilegítima. ¿Dónde se ubica la clara línea divisoria de competencia?
Es curioso como los interlocutores de Jesús lo llenan de halagos antes de hacerle la consulta. Bajo condiciones normales y en la mayoría de los seres humanos, ese acto provocaría que se baje la guardia con esa adulación y pierda la concentración. Pero Jesús no reacciona así, a Él le hacen una pregunta cuya respuesta es extremadamente delicada. Podría comprometerle, se le pide que se defina por o en contra de la potencia política de ocupación. “¿Está permitido o no, pagarle el tributo al César?” Jesús analiza la pregunta y las intenciones de quienes la hacen. No quiere atarse a la realidad del momento y define un principio válido y aplicable para todos los tiempos. "Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios." La vida individual, lo mismo que la vida social debería estar orientada a Dios, para un creyente no hay duda. Y para el no creyente, debiera respetar la conducta de los creyentes que se adapta a este criterio. Pero la persona religiosa es también ciudadano de algún país, de alguna ciudad, de la polis terrena, dirían los griegos. El estado se ocupa del destino temporal y por tanto no está sometido a la Iglesia, esta se ocupa del destino eterno y en cuanto a tal no está sometida al Estado. Los dos poderes deben de respetar las fronteras y competencias y además de colaborar en beneficio del ser humano. La trasgresión de fronteras desde la Iglesia al Estado se llama clericalismo y desde el Estado hacia le Iglesia se llama regalismo.
Durante mucho tiempo se ha criticado a la Iglesia de querer hacer estados clericales, pero la realidad en la que nos encontramos empieza a vislumbrar lo contrario, un deseo del Estado por controlar la vida de los creyentes o relegarlos a las “catacumbas”. Todo buen ciudadano debiera de respetar los derechos de la Iglesia y toda persona religiosa debiera ser un ciudadano modelo.
Ánimo
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